lunes, 22 de septiembre de 2025

Cuando un pais se olvida de si mismo



Es desolador contemplar a mi país perdido en la niebla del descriterio, sin integridad ni valores. Hemos dejado que la corrupción se haga cotidiana, que se instale en las instituciones y que muchos la blanqueen como si fuera rutina. Hay quienes la defienden con frialdad, como si aceptar la injusticia fuera un acto de sensatez; y así hemos caído en una sumisión escalofriante.

¿No era la servidumbre y el miedo legado de otras épocas? ¿En qué nos hemos convertido para ser hoy motivo de burla, para ser ignorados por el mundo cuando nuestra nación debería ser ejemplo de dignidad? Navegamos en un barco con rumbo a la autodestrucción, y el orgullo que nos sostenía ha sido arrojado por la borda como un desecho. El sentimiento patriótico, el amor por lo que somos, se ha perdido en la cloaca de la indiferencia.

Hablo de un pueblo que camina aborregado, cada vez más insensible; lo digo con humor a veces, pero la broma se convierte en verdad: nos estamos transformando en espectros que obedecen sin pensar. Y cuando alguien osa disentir, recibe no argumentos sino agresión —una violencia que exige más violencia— como si la rabia fuera la única respuesta posible.

Pero no podemos resignarnos a ese destino. Si la corrupción nos ha robado la esperanza, es nuestra obligación recuperarla. Si la sumisión nos encadena, debemos romper los grilletes con la fuerza serena de quien no se rinde. No busco encender las llamas del odio; llamo a encender la llama de la conciencia. Porque mientras haya voz para denunciar y manos dispuestas a trabajar por la justicia, existe la posibilidad de redimir este país.

Nos están ofreciendo pocas salidas, sí; pero la mayor de todas está en nosotros: despertar, exigir rectitud, reconstruir con coraje y con paz. No permitamos que nos arrebaten la dignidad. Que el silencio no sea nuestra respuesta: levantémonos, hablemos, actuemos. Solo así podremos devolver a nuestra patria el valor que merece.

Un nuevo amanecer es posible

No olvidemos que los pueblos que parecen vencidos pueden levantarse más fuertes que nunca. La historia nos ha enseñado que la dignidad no se destruye: se adormece, pero vuelve a despertar. Somos herederos de una tierra que resistió guerras, dictaduras y penurias, y aun así supo renacer.

Hoy, más que nunca, necesitamos creer en ese renacimiento. Que cada ciudadano recuerde que su voz importa, que sus actos cuentan, que su conciencia es semilla de futuro. La corrupción, la indiferencia y la sumisión no podrán sostenerse frente a un pueblo que recupere el orgullo de ser justo, libre y digno.

El amanecer llegará cuando decidamos abrir los ojos. Y entonces el mundo dejará de reírse de nosotros para volver a mirarnos con respeto. La patria no está muerta: está esperando que despertemos.

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